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Bricolage

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Escrito por Administrador

*Silvia Acevedo

Yo siempre camino mirando el suelo. El suelo es como un mundo paralelo al que se eleva por encima. Trato de no pisar más que lo llano. Si algo se alza del piso, así sea una piedrita, la levanto y la guardo. Siempre llevo una bolsa extensible en la cartera, herencia de mi abuela. Es algo riesgoso caminar mirando el suelo. Muchas veces me golpeo, por lo general en la cabeza, en la frente. Por esa razón me dejo el flequillo.

Cuando llego a casa, busco las cajitas y guardo cada cosa a donde va. Las cajitas están todas etiquetadas: “cartoncitos”, “papeles de cigarrillos”, “palitos de helado”, “piedritas”, “puchos” “chapitas de cerveza” “latitas…”. Tengo cuatrocientas veintitrés cajitas. Estoy pensando en reducir el número. Quizás, guardar las cosas por material: cartón y papel, plástico, madera, metal… Tendría que conseguir cajas más grandes, de todos modos, ocuparían el mismo espacio.

El suelo está siempre desordenado. Yo me encargo de acomodar ese mundo caótico que subyace bajo nuestros pies. Lo llevo a casa y lo clasifico, le doy a cada cosa su lugar. Siempre encuentro qué hacer con todo lo que guardo. En la escuela no hay materiales para la clase de plástica…Entonces, cuando algunas cajitas se están llenando mucho, saco lo que hay adentro, lo pongo sobre la mesa y algo se me ocurre. Claro, no todos tenemos el talento de Antonio Berni o Marta Minujín…

El otro día armamos unos títeres. Había una caja llena de pelotitas rotas, las rellené con papel y les dije a los chicos.
– ¿Qué podemos hacer con estas pelotitas?, ¿a ver? Son treinta y tres, una para cada uno.
Me asombró la poca imaginación que tienen los niños. No va a creer qué hicieron. Despreciaron treinta y dos pelotas y se quedaron con una para jugar en el patio.
Es la televisión que les arranca las ideas propias. Ese aparato siniestro que les impone un pensamiento uniforme. Todo el día, partidos. De tenis, de fútbol; como si fuera poco, ahora también miran a las Leonas, el equipo de jockey, y el de básquetbol norteamericano con Manu Ginnóbile… Los chicos tienen una pantalla en la cabeza.

Les dije que al patio, no, y los obligué a quedarse en el asiento. Yo no sé por qué se quejan tanto los padres, cuando una se desvive por incentivarles la creatividad. ¿No es eso lo que pretenden de los maestros?
Entonces, les dije:
-Vamos a hacer títeres, ¿Saben qué son los títeres?
-Sí, señorita.
Le entregué a cada uno las pelotitas, los conos de hilar, los palitos de helado, y todo lo que había llevado.
-Tienen que armarlos. -les dije.
Pero, usted sabe, los chicos son ambiciosos, quieren copiar la realidad tal como la ven…Querían tener títeres con pelo.

La verdad, la verdad… es que yo siempre miro el piso, pero nunca encontré pelos, lo que se dice pelos para guardar en una caja. Sinceramente, hoy estoy arrepentida de no haber pasado por la peluquería a buscar algunos mechones que siempre van a parar al cesto de basura. Es un universo incompleto, el suelo, ¿no? No tiene pelos. A lo mejor, las peluqueras tendrían que arrojar los desechos a la vereda.

Volviendo a lo que sucedió esa tarde, les propuse a los chicos que se cortaran algunos mechones con la tijerita y que luego, los pegaran en la cabeza del títere. No había cola para pegar. Nunca hay nada en la escuela.

Pero yo soy tan creativa, estoy convencida de que hasta lo que despreciamos con asco, para algo, sirve. Y ahí se me ocurrió.
-Quítense los moquitos de la nariz, sin lastimarse y vayan pegando los pelos que se cortaron en la cabecita del títere. -les dije.
Usted no sabe, con qué alegría lo hacían. Piense que los padres les están diciendo: “Sacate los dedos de la nariz”, “no seas chancho” y otras frases represoras.

Hay que estar atenta, porque nunca falta el desubicado que pega una bolita en el pelo de una nena o el que la arroja con una cerbatana de esas que hacen con las lapiceras.

Los chicos se entusiasmaron tanto. Se cortaban el pelo unos a otros, y compartían el material. Rubios y morochos, colorados y castaños, sin distinción, sin discriminación. Aunque a decir verdad, Espinosa, la coloradita, es la que más peladita quedó, quizás buscaban originalidad para sus muñecos. Piense usted, cuántos padres castigan a sus hijos porque se cortaron un menchoncito frente al espejo. En mi clase se sintieron libres en un clima de auténtica fiesta artística.

En lo mejor, vino la directora. Yo traté de explicarle lo maravilloso de ese momento único de la creación, la alegría desbordada de la clase, la libertad, la convivencia, la armonía de las relaciones. Pero no, les arrancó las tijeritas de sus pequeñas manos creadoras. Me gritó que si no había visto cómo habían quedado las cabezas de los alumnos, que cómo les iba a explicar a los padres. Fíjese, ahora que lo pienso, esta gente que no aprecia el arte, no ve. Es ciega a toda manifestación estética. De las cabezas de los títeres no dijo nada. Eran una maravilla multicolor.
– ¡El pelo vuelve a crecer-les grité a los padres, mientras me traían para acá- en cambio la inspiración, si se reprime, se pierde!
Usted que es un especialista, doctor, la creatividad hay que incentivarla ahora, que son chiquitos, ¿no le parece?

Lo que más me duele es que ni siquiera mis compañeras me defendieron. Pura envidia. Ellas no son, ni tan ocurrentes, ni tan inteligentes, ni tan ordenadas, como yo. ¿Sabe que son? Son gente sin imaginación.

Sobre la autora Silvia Beatriz Acevedo

Cuento ganador de una mención en el concurso “Mis escritos” y publicado en la antología del partido de Malvinas Argentinas. Por otra parte, fue publicado por Argentores en formato de monólogo y representado en la cocina de los dramaturgos en la misma institución.
Silvia Acevedo, escritora, dramaturga, profesora de Literatura, ha participado de varias antologías. Publicó Aguante la Tinku (Cuentos) y La Autoridad de Las Traiciones (novela) Editorial Loquevendrá. Ha obtenido varias menciones y premios literarios. Escribió y dirigió varias obras de teatro: Los Mulos, La Galería Cinco, Melodía para un Disfraz, Terapia y Caza de Venados.

Contacto: mail morgana781@gmail.com

Cuento publicado en El Diario de Malvinas: “Cristal”

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