Cecilia realizó una crónica contando sobre la actual realidad en una de las localidades de Malvinas Argentinas, y que puede ser una descripción aplicada en muchos otros barrios. En el marco de una pandemia, nuevas estrategias y nuevos hábitos comenzaron aplicarse en la vida de cada vecino. Te invitamos a leer la crónica escrita por una vecina de Villa de Mayo y actual Investigadora Docente del Instituto de Industria de la UNGS.
*Por Cecilia Chosco Díaz
Se escucha un silbato que no para de sonar… ¡Churros, bolitas, pan casero! A lo lejos por altavoz ¡Señora vendo huevos! ¡Vendo aceite barato! En las ventanas de las casas se venden tapabocas, hay empanadas, pastelitos y pastafrolas, hay zoquetes y medias, se hacen arreglos de costura. Asombrarse de esta realidad siendo parte del barrio durante esta cuarentena monótona, te hace mirar con otros ojos la fachada del entorno, así también escuchar y sentir de un modo distinto.
Ya pasaron noventa días. Las calles de Villa de Mayo son sinónimo de compra y venta de comida, habilidades y mano de obra. Antes del COVID-19 se vendían garrafas, artículos de limpieza, miel y pan casero. Ahora aumentaron los carteles pegados estratégicamente en ventanas, puertas y paredes de las casas. Se multiplicaron las despensas y kioscos que expenden desde golosinas y galletitas hasta productos básicos como fideos, arroz y leche, así como frutas, verduras y pollo.
Las ofertas se escriben en pizarras negras o en cartulinas coloridas, para llamar la atención de los que pasan. Hay más publicaciones de oficios y números de WhatsApp para contactarlos. La gente hace frente a las necesidades con sus habilidades y con las mañas de la experiencia en electricidad, mecánica, soldadura, carpintería y electrónica entre otros. Los vendedores ambulantes pasan de manera frecuente y hasta circula un micro con verduras, haciéndole competencia al verdulero del barrio que pasa con el carro tirado por su caballo. La forma de la venta también cambió, porque no solo es en efectivo, sino por mercadopago y aceptan la tarjeta alimentaria.
Pasando el puente por Estado de Israel y caminando por Suiza o por José María Márquez hasta llegar a la avenida, se ven infinidades de ventas al paso que se entremezclan seguramente con los quehaceres domésticos, con la vida en familia y las tareas de la escuela. Por los barrios las culturas se entremezclan y matizan el territorio, cada cuadra tiene su sello especial. Y todas al mismo tiempo dejan ver las estrategias de vida.
En algunas esquinas el vendedor de tortilla dejo su contacto, en otros lados, aparecen los food trucks del conurbano. Preparados para la venta ambulante que invita a deleitarse con un choripán, empanadas santiagueñas y tucumanas de mondongo, de carne picada a cuchillo, de humita, son las típicas ofertas que se pueden observar.
Cerca de la farmacia Eberbach, una de las más conocidas, por la ex Maipú (Ahora Pte. Perón) los negocios están abiertos hasta las 19.30 horas en general. La ferretería (por excelencia, dado que tienen de todo y nunca les falta nada), deja entrar de a una persona a la vez y la fila desborda en la vereda. La dietética, la fiambrería, las panaderías y carnicerías, están abiertas. Los supermercados argenchinos y chinos controlan la temperatura de los clientes y comparten alcohol en gel como medidas protocolares. Las farmacias se destacan con largas filas de espera en la vereda, a toda hora del día. La cancha de fútbol 5, parada y los gimnasios también. Las peluquerías sin permisos para poder trabajar. Las plazas vacías. Las iglesias sin misas. Lavaderos de autos cerrados. Las heladerías solo comercializan vía delivery o preparan el pedido para llevar desde la puerta. Las gomerías abiertas como el parrillero y el chapista del barrio. Los tatuadores todavía a la espera de poder laburar.
Por estos lados la gente vive a su modo y lo hace con pasión. En su mayoría los vecinos provienen del interior, es habitual que los sábados y domingos, los delate algún chamamé o guaracha. En apariencia son más de Santiago del Estero que de Salta o Tucumán, entremezclados hacen el lugar pintoresco y lo dotan de un folclore particular. Al mismo tiempo, la juventud deja su huella al escuchar algún hip hop, reggaeton o cuarteto. Estas particularidades hacen de Villa de Mayo y seguramente un poco más allá, donde aparece Mailín y Adolfo Sourdeaux (Kilómetro 30) un paisaje distinto y al mismo tiempo tan distante a otras localidades.
El aislamiento es puesto en jaque. La comunidad se reversiona para salir adelante. Desarrollar estrategias de vida y de ingresos en sus infinitas formas es una manera de subsistir al panorama de incertidumbre. Ser buscavidas, hacer changas y trabajar de lo que aparece es parte de la identidad de la localidad
¿Esto significa que las personas no perciben la realidad del COVID-19 y por eso salen a la calle? Para nada. Están en alerta permanente, la noticia corre rápido, de boca en boca o por mensajito de texto. Los vecinos o conocidos, familiares o amigos se comunican entre ellos de ese modo circulan las formas de prevención. El viernes pasado, luego de haber ido a la carnicería, volviendo a casa me encuentro con Luciana, mi instructora de pilates -quien da clases virtuales y me cuenta que un repartidor cerca de calle Marañón y Sucre, se agarró coronavirus y tuvo que guardarse en la casa, “anda cerca, hay que cuidarse”.
Pareciera que el virus anda o camina como un ente invisible y está a la vuelta de tu casa o de la mía. La gente lo sabe, porque el chisme es una estrategia de comunicación y de sociabilidad de los lugares, todo se torna creíble si te lo dice un conocido.
En Villa de Mayo donde las pintadas de “Acá manda River” marcan la cancha, hoy la cultura COVID opacó lo que nos había dejado la venida del 2020, junto con el disfrute del verano que pasaba por el fútbol, las murgas, los corsos y las ferias de colectividades en los espacios verdes del municipio. Los mates en la plaza, la vida al aire libre y las reuniones familiares. Los abrazos, los besos, y darse la mano para saludarse.
De repente, la cultura de los barrios se interrumpió por el tapabocas y la distancia social. El efecto recayó en la economía del hogar y en el bolsillo del laburante diario. Hoy las familias se reinventan con sus propias estrategias de vida, seguramente para terminar la casa, para levantar la pieza, y también para parar la olla. Lo hacen, cuidándose, siendo conscientes que #QuedateEnCasa es la salida para volver a la antigua vida.
*Cecilia Chosco Díaz es vecina de Villa de Mayo, Licenciada en Administración Pública (UNGS), Magister en Antropología Social (UNSAM-IDES) y doctorando de FLACSO. Actualmente es Investigadora Docente del Instituto de Industria de la Universidad Nacional de General Sarmiento.