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Tu Espacio: “Estuve esperando el corazón aproximadamente 100 días”

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Escrito por Administrador

Martín González es un vecino de Los Polvorines tiene 25 años y creó el blog “Enciende Llamas” para “generar conciencia sobre la importancia que conlleva decidir ser donante y también contar sobre su historia personal como trasplantado de corazón”.
Por eso, Martín, y en el marco del día Nacional de la Donación de Órganos, nos envió su historia para que lo publiquemos, y de esta manera, podamos conocer un poco de lo que vivió durante ese tiempo y que actualmente expresa que “está vivo gracias a que hubo un donante”.

Donación de órganos

En el año 2017, debido a varias campañas que se dieron a conocer en diversos medios de comunicación, casos que se hicieron famosos como el de Justina, y la posibilidad de manifestarte como donante en los días de votación, se produjo un aumento en la cantidad de personas que eligieron ser donantes con respecto al año anterior. Esto es sumamente importante debido a que a todos nos puede pasar que necesitemos un órgano para poder seguir viviendo o como también para mejorar la calidad de vida tanto nuestra como de otra persona, y es ahí en donde la solidaridad de la gente debe hacerse presente decidiendo ser donante. La potente capacidad de crear actos de amor que tenemos es lo que debemos desarrollar para así crecer como cultura y como seres humanos. Algo tan simple como donar órganos puede darle la oportunidad de la vida a otra persona.
La medicina avanza enormemente a pasos agigantados, por ejemplo, hoy en día gracias a la creación de un corazón molde impreso en 3D los cirujanos pueden estudiar más detalladamente la intervención quirúrgica que debe llevarse a cabo en un procedimiento, y así obtener mejor eficacia en la cirugía final; creo que como sociedad debemos acompañar este avance. Esto no se trata de una cuestión divina ni milagrosa; tomar conciencia de que podemos salvar vidas es primordial para así involucrarnos y comprometernos como sociedad. Todos somos responsables.
Existen ideas erróneas sobre la donación de órganos que solamente generan fatales consecuencias. Destruyen familias, y se cobran muchísimas vidas. A través de la educación y con la difusión se pueden erradicar e impedir que sigan circulando.
Quizá en una situación de extremo dolor, de angustia, impotencia, tomar una decisión sea una cuestión que se quiera pasar por alto, o quizá dicha decisión se cargue de tales sentimientos pero debemos saber que hay otra familia también sintiendo lo mismo, y que esa decisión puede transformar por completo la situación de siete personas.

Mi historia personal

Con respecto a mi historia personal, a los 13 años me diagnosticaron “miocardiopatía dilatada”. Mi corazón fallaba, estaba débil y le costaba mucho bombear sangre. Los medicamentos que tomaba ayudaban a que me mantenga estable, hasta que con el pasar de los años dejaron de hacer efecto; mi estado de salud empeoró mucho, y ahí mi cardiólogo decidió que debía quedar internado en el sanatorio donde me atendía para someterme a un trasplante de corazón.

Contrariamente a lo que se podría pensar, recibí bien la noticia. Me puse contento porque sabía que un trasplante iba a terminar con todos los síntomas que tenía. Así que acompañado de enfermeros, mi familia, y con la mochila en los hombros fui a la habitación.

Estuve esperando el corazón aproximadamente 100 días.
Dentro de la habitación el tiempo se percibía de otra manera. Me di cuenta que tenía que armarme una rutina para que pase más rápido. Los primeros días conocía al personal, me informaba de cuestiones sobre el trasplante, los estudios a los que tenía que someterme, “Cuál es el promedio del tiempo que tengo que esperar para que me trasplanten?” Le pregunté a una enfermera, “no sé, eso es incierto Martín, el donante puede aparecer mañana o en mucho tiempo” me contestó, y yo pensaba y pensaba. Para pasar el rato también miraba televisión, los programas de cocina son mis favoritos, veía uno que me gustaba mucho sobre una cocinera que recorría el mundo probando los platos típicos de cada país. También, por las tardes leía. Antes de haber ido al sanatorio había revisado mi biblioteca para ver qué me podía llevar y finalmente opté por “Los hermanos Karamazov” de Dostoyevsky.
Con el pasar del tiempo la habitación también comenzaba a sentirse diferente, a veces se veía gigante como un monstruo que atormenta directo al cerebro y a su vez tan pequeña que me sofocaba. Por suerte me daban permiso para salir a caminar por los pasillos. Esperaba hasta la noche que no había casi nadie y ahí salía junto con el pie soporte de la medicación que me suministraban. Acompañado de Aspen Night caminaba un rato, y luego tomaba aire mirando por la ventana hacia afuera, aunque no se veía nada porque era de noche, y seguía caminando. Por momentos, se percibía una tranquilidad inmensa como si estuviese en una nave flotando en el espacio. También tuve momentos de crisis, lloré, me enojé, pensé, me pregunté, me preguntaba si mi corazón iba a llegar, en qué momento, cuándo. Pero conversando con las enfermeras, médicos, mi familia me llegaba a olvidar de la situación que estaba viviendo. Todo esto, sumado al “entrenamiento” psicológico que llevaba a cabo con el psicólogo, la cabeza te trabaja a mil por horas y es importante poder controlarla.
También aprendí muchísimo sobre cardiología y enfermería. Siempre estaba al tanto de los procedimientos que se llevaban a cabo, y a todos los llenaba de preguntas. Los cardiólogos, la mayoría de ellos un poco más grande que yo, me trataban casi como un amigo, uno sabiendo que me gustaba la literatura rusa me regaló una novela y otra cardióloga me dio un anillo que le traía suerte cuando tenía que aprobar un examen, “espero que te traiga suerte a vos también” me dijo.
Luego en una segunda etapa de la espera, mi corazón comenzó a funcionar peor. Me sumaron más medicación. Comencé a tener complicaciones a nivel estomacal. Todo lo que comía me caía muy mal, incluso el agua. Y la dieta tenía que ser más estricta ya que tenía muchos dolores de estómago. A causa de esta falla también tuve complicaciones en mis piernas, se me generó una especie de alergia con mucha comezón. Mi piel se volvió extremadamente sensible. Me sumaron medicación. Ya no salía a caminar a los pasillos. Por las noches se me hacía muy difícil dormir. Tampoco estaba tan de ánimo. Extrañaba mucho a mi gato, a mis amigos, extrañaba estar en mi casa, salir a caminar, dormir en mi cama, extrañaba absolutamente todo. De todas maneras siempre intentaba estar bien, verme bien para darle fuerzas a mi familia para que sepan que yo estaba bien, y que todo lo que padecía no me afectaba tanto.

En la tercera etapa, mi salud había empeorado mucho. Me conectaron a una máquina de circulación extracorpórea que me ayudaba a mantenerme con vida. También estaba conectado a un respirador. Necesitaba con urgencia un corazón. No podía hablar, no podía comer, no respiraba por mi cuenta, casi no me podía mover.
El dieciséis de octubre, por la mañana, un cardiólogo se me acercó con una gran sonrisa y me dijo que había un donante. ¡Me iban a trasplantar el corazón! Lloré de la alegría, no podía creerlo, y como pude lo abracé. Estaba muy nervioso y tenía mucha ansiedad. Pedí si me podían dar un calmante y dormí un rato. Luego desperté un poco más tranquilo. En general en el ambiente se vivía una alegría inmensa. Fue uno de los días más felices de mi vida. Imposible no emocionarme al recordar ese momento.
La cirugía llevó alrededor de seis horas. Cuando me desperté, solamente quería dormir, estaba muy cansado. En palabras de un instrumentista quirúrgico “fue como si lo hubiesen aplastado tres veces un camión”. No recuerdo nunca haber sentido tal nivel de agotamiento. Dormí, dormí, mucho. Después fue como volver a nacer. El tubo de oxigeno había lastimado mi garganta así que no tenía voz, tuve que ejercitar, primero intentar toser, carraspear hasta encontrar mi voz. Había perdido mucho peso de a poco tuve que empezar a comer, primero yogurt, galletitas mojadas, después puré, gelatina y así aumenté de peso. Tampoco tenía fuerza pero con la ayuda de mi kinesióloga y de mi familia pude sentarme, acostumbrarme a la posición, luego pararme con un poco de inestabilidad y miedo pero siempre poniendo las mejores ganas para salir adelante. Caminar fue todo un desafío, comencé de a pasos, primero uno… parar… respirar…después otro… parar, sentarme a descansar… levantarme y empezar de nuevo, un paso y otro más haciendo más fuerza… y más fuerza. Y así fortalecí mis piernas y pude caminar. Con el pasar del tiempo y producto de las mejores que venía teniendo me desconectaban de a poco de las maquinas. Esto fue un alivio porque podía tener más movilidad. Alguna medicación me sacaban, otra me bajaban la dosis, por suerte no padecí complicaciones. Luego me enviaron a un piso silencioso en donde seguía la rehabilitación, pero sin tanto cuidado. Recuerdo caminar por los pasillos con el pie de suero junto a mi madre, caminábamos y hablamos de todo, hasta emocionarnos. Todo estaba yendo bien.
Cuando me dieron el alta fue una alegría total, con lágrimas en los ojos me despedí pero no sin antes sacarme algunas fotos con el personal. Mucho abrazo, mucho agradecimiento, muchos besos. Con un poco de vértigo salí caminando despacio del sanatorio. Pude volver a ver la inmensidad de la ciudad, escuchar los pájaros, ver a las personas pasar; sentir el sol como me daba de lleno; el viento fresco en la cara. Después la vuelta a casa, sentir el olor de mi casa, ver a mis gatos, acostarme en mi cama y sentir esa calidez; cocinar, que es una de las cosas que más me gusta hacer. Después a los pocos días, cuando bajaba el sol, junto con mi papá iba a caminar a la plaza. Absolutamente todo se volvió especial, y lo disfrutaba muchísimo.
Todos los síntomas que tenía antes del trasplante, cuando estaba enfermo, se fueron: ya no me agito cuando camino, ya no se me acelera el corazón, no tengo taquicardia, la comida ya no me cae mal, no tengo dolores fuertes en el estómago, no tengo retención de líquido, no tengo alergia, no estoy pálido ni tengo presión baja, tampoco tomo muchas pastillas ni me mareo.

Actualmente, a modo de control me hago biopsias de corazón, para verificar que no haya rechazo, acompañado de un análisis de sangre y un electrocardiograma. Además, debo tener cuidado con la higiene de los alimentos y tratar de no enfermarme ya que por tener las defensas bajas un virus sería riesgoso para mi salud.
Esta vez me tocó a mí, y estoy vivo gracias a que hubo un donante. Pero la realidad es que muchos no tienen la misma oportunidad. Por favor, opten por ser donantes. Cada vez hay más personas que necesitan de un órgano. La lista de espera para trasplantes cada día se hace más grande y puede ser bastante cruel ya que los órganos comienzan a fallar y producto de eso el cuerpo se deteriora. La educación, la solidaridad y la difusión son fundamentales para revertir esta situación.

La donación me salvó la vida. Donar salva vidas. Ponete la camiseta de donante!

Ingresá a “Enciende llamas” para leer sobre la vivencia personal de Martín.

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