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El visitante

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Escrito por Administrador

* Por Cristian Sánchez

Las razones que encontrarán en los acontecimientos que forjaron el inevitable final no darán luz ni acarrearán verdades. Inconmovibles, los especialistas que hasta hoy me atendieron, sabrán disolver con ellas, cualquier peso que pueda provocarles mi acción premeditada. No sé por qué artilugios comenzó todo aquello, aunque lo intuyo. En forma progresiva y caótica se fue haciendo carne de mi cuerpo hasta dislocarme la razón. Dejándome sin aliento frente a ese otro que cara a cara imponía sus condiciones. A la distancia, no puede provocar más que risa, la idea que a boca de jarro mis dibujos despertaban en mi terapeuta y que sostenía una serie de deseos reprimidos como la principal causa de mi desajuste emocional. Ese otro que me acompañaba en las madrugadas de mis noches rompiendo la normalidad de las horas, haciéndose presente entre las paredes de mi habitación, venía a afirmar y a traer luz acerca de mi carácter introvertido y antisocial. Nada de todo aquello, allá atrás en los primeros días de mi tortura, tuvo sentido. El equipo de psiquiatras que hasta hoy atiende mi controversial caso confirmará la esquizofrenia severa e irreversible como la principal responsable de los acontecimientos finales. Socarronamente me tildarán en su intimidad, de desequilibrado y creerán haber dado con todo el cuerpo del asunto.

En la oscuridad de mi habitación comenzó esta travesía interminable y espantosa, cuando aún era un muchacho. Mucho antes de los episodios que voy a narrar, empecé a experimentar las primeras sensaciones que hoy conforman un mundo de certezas terroríficas e increíbles. Las madrugadas de mis primeros años adolescentes quedaron marcadas por un temor palpable que mis padres y mi propio hermano supieron minimizar por un tiempo, hasta que ocurrió lo del ataque. Ellos decidieron no creer mi versión. En vano traté de explicarles que si yo estaba en ese rincón sosteniendo en alto un cuchillo con ambas manos, había sido porque “él” se me había venido encima y porque en mi afán de escapar de sus garras había saltado de mi cama justo antes que ellos entraran. Decidieron pensar que todo lo que me estaba ocurriendo necesitaba tratarse con un especialista. Quitaron todo elemento cortante de mi habitación y me enviaron a terapia dos veces por semana, creyendo que de esta forma todo aquello que empezaba a perturbarme iba a desaparecer en forma paulatina.

Mi psicólogo, un petimetre de tono monocorde y lentes culo de botella, me pedía que le dijera qué era lo que veía en figuras oscuras que parecían manchas de pintura desparramada sobre cartones rectangulares. Las sesiones no impidieron que mis temores se acrecentaran y que las visitas se intensificaran cada vez con más claridad y persistencia. Cuando aquel imbécil pudo notar que su tratamiento poco podía hacer, me derivó con un psiquiatra que no tardó en recetarme algunos antipsicóticos. Nada pudo romper mi espanto. Me diagnosticaron esquizofrenia severa. A mis padres les explicaron que mis historias eran producto de alucinaciones provocadas por un trastorno mental grave, que podía tratarse con la finalidad de hacer más llevable el pesar que me aquejaba pero que no había posibilidades concretas de encontrar una cura a mi enfermedad.

Los primeros tiempos fue un serpenteo debajo de mi cama. Desde la cabecera hasta mis pies. Hasta que comenzó a mostrarse. En la penumbra de mi habitación esperaba ver con espanto los ojos de mi visitante asomarse por encima de mis pies. Podía caber en cualquier lugar. Cerraba la puerta de mi ropero y los cajones de la cómoda. Cualquier resquicio era óptimo para sus apariciones. Llegó a mostrarse en una boca de luz, entre los cables de electricidad. Tapé con cortinas las ventanas y no dejé espacio sin cubrir. Empezaron a medicarme. Treinta miligramos de haloperidol diarios. Luego fueron cuarenta y cinco. Nada detuvo el andar de la bestia que circundaba mis noches. Permanecía sin dormir, noctámbulo. Sudoroso, nervioso y hostil no deseaba hablar con nadie. Dejé de asearme.

Luego del episodio que vieron mis padres, Cuando el visitante me habló por primera vez, decidieron internarme. Esa especie de roedor gigante se había sentado en el borde de mi cama y me miraba. Su sonrisa delirante dejaba a la vista una hilera de dientes putrefactos. Le pregunté a los gritos qué venía a hacer, qué quería de mí. “¡Ojos! ¡Boca!” dijo “¡Quiero algo de vos!”. Arrinconado contra una de las paredes vi las luces encenderse y a mis padres correr hacia mí. Vi sus muecas de espanto cuando aturdido rogaba desaforado al vacío que se vaya, que me deje en paz.

Al principio me visitaban. Mi mamá me daba charla hasta que mi viejo del brazo la sacaba diciéndole que era inútil, que la medicación me tenía sedado, perdido en una somnolencia irreversible. Siempre se iba envuelta en llantos preguntándose por qué. Hace meses que no los veo. Rendidos ante mi silencio inquebrantable, ante la incoherencia de mis actos, prefirieron el olvido. Desistiendo del absurdo de su presencia a mi lado, dejaron de venir.

No hace mucho, ya sin ellos (ya sin nadie), supe ingeniármelas para sacarle una trincheta a uno de mis enfermeros. Mis gritos de dolor, cuando intenté sacarme uno de mis ojos, hizo que un grupo de hombres entrara a mi sala y me aferrara con muñequeras de cuero a una cama. Me inyectaron una dosis de midazolam para dormirme. Intentaron salvar sin suerte mi ojo izquierdo. Desperté con un parche cubriendo el cuenco de mi ojo vacío. Reí y grité desaforado, que era hora que se vaya de una buena vez, que ya le había dado lo que quería, pero no hubo caso. Amarrado a una cama el infierno fue mayor. El visitante no se iba.

Pasaron semanas durante las que supe cargar no sin resquemor, el peso de su monstruosa compañía. Mi visitante me observaba en silencio, estudiándome. Había noches que se posaba sobre una de las esquinas del cielo raso, quedo, abriendo su boca amorfa y dejando a la vista su hilera de dientes amarillos.

Le había perdido el miedo.

A veces le decía desafiante que pronto íbamos a encontrarnos. Lo provocaba. “¿Vas a dejarme algo o solo vas a volarme?” le preguntaba. Una y otra vez se lo preguntaba hasta que las primeras luces del día lograban desvanecerlo.

Buscaba hundirme en la humillante bajeza de la depresión, en la insostenible desazón de la letanía enferma. Quería perderme en las profundas aguas turbias de la enfermedad empujándome hacía la orilla. Por eso reí y lo dejé hacer sabiendo que el que más tenía para perder no era yo.

Me habló una vez más. Parecía Resuelto. Sentado al borde de mi cama vino a decirme que no tenía el coraje para deshacerme de él. Sabía, por eso me desafiaba. Me encontré riendo, desaforado, bajo las penumbras de la noche, diciéndole que coraje era lo que me sobraba. “Veremos…” dijo sin dejar de mostrar su hilera de dientes putrefactos. Abrió su mano huesuda y pude ver bajo la penumbra, el brilló de una hoja cortante, de esas que suelen usarse en las navajas para rasurar la cabeza. La dejó junto a mí. La escondí entre los pliegues de una remera doblada, bajo el colchón.

Hoy cuando todos duerman y el visitante aparezca otra vez, lo miraré a los ojos, esos ojos enfermos y brillosos que tanto espanto me producen y terminaré con él. Triunfante le haré saber que mi vida está sujeta a sus horas. Mi silencio definitivo lo obligará a volver a su morada monstruosa. Vaciándome por dentro lo aniquilaré. Abriendo mis brazos daré fin a sus apariciones tormentosas, aunque en ello me lleve la vida.

 

* Cristian Sánchez nació en San Fernando el 11 de septiembre de 1977, provincia de Buenos Aires. Desde el año 2001 trabaja como profesor de prácticas del lenguaje y literatura en distintas instituciones de la provincia. Dos de sus cuentos formaron parte de Entre giros y sombras, primera antología de suspenso de Niña pez Ediciones. En ese mismo año y con la misma editorial publicó su primer libro de cuentos Todo por el loco ese y otros cuentos. En el año 2021 con Loquevendrá Libros publicó Las bestias, una serie de once relatos que tienden a lo monstruoso y lo terrorífico. Algunos de sus relatos fueron incluidos en distintas antologías colaborativas.

Contacto: cristian.s0911@gmail.com

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