Cultura

El sótano

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Escrito por Administrador

*Juan Borges

Llegué a la quinta. Me habían detenido por circular sin permiso por la calle. Los uniformados transitaban por las noches con sus cascos, sus guantes plastificados y sus barbijos. Generalmente de contextura física robusta e intimidante, para causar temor a los transeúntes que osaran salir a las calles y no portaran su permiso o sus elementos de seguridad contra la Pandemia, que asolaba el mundo entero. Similarmente como lo hacía el hambre y la devastación moral de los pueblos, previa aun a la irrupción de aquella peste devastadora. Los guardianes eran una fuerza mancomunada de seguridad, procedentes de diversas armas y algunos simplemente reclutados por su arrojo y vocación. La mayoría de los mortales permanecían en sus hogares con sus bellas familias, padeciendo en silencio… en aquellos días se habían multiplicado los femicidios y los suicidios debido al desconocimiento, el hambre y la desazón.

Los guardianes patrullaban las calles, los barrios, las profundas oscuridades más tenebrosas. Sus armas largas, sus pistolas eléctricas y sus picanas para esclarecer a los confundidos. La clarificación moral y conceptual era su misión encomendada por el Superpoder. Todo estaba en sus manos. No había Congreso Nacional ni Senado, mucho menos consejo deliberante. Ya no era necesario todo aquello. No era momento de devaneos intelectuales ni escarceos semánticos. Había que cuidarnos entre todos y como nosotros no estábamos facultados para tal fin estaban ellos. Ellos, los Guardianes. Nos habíamos adaptado a aquellas normas de subsistencia, no compartíamos pero naturalizamos aquellos nuevos hábitos de vida.

Aquella noche, cerca de las veinte horas salí en busca de una botella de vino para saborear mientras terminaba de leer una novela de Roberto Bolaño; “Estrella Distante” que justamente hablaba del autoritarismo y el salvajismo de los seres despreciables que tan solo respiran por la motivación del odio y la pulsión de muerte. Era una historia muy profunda de un hombre que se había infiltrado en un grupo de escritores en Chile. Era vibrante y a la vez tenebrosa por la temática, el tratamiento narrativo del autor y su enfoque evidenciando un posicionamiento ideológico y moral evidente ante hechos aberrantes. De hecho siempre había sido uno de mis escritores de cabecera. La ficción era un bálsamo para sobrellevar aquella coyuntura siniestra. La lectura, la escritura y el divague filosófico invadían mis días en soledad. Había viajado a aquel pueblo perdido en el conurbano bonaerense cerca de Pilar y a casi dos horas de donde vivía mi familia. Por causa de la cuarentena había quedado varado sin poder visitarlos desde hacía casi dos meses. Estaba alquilando una habitación en un humilde barrio mientras estaba empleado en una obra en construcción realizando mis tareas de albañil. Era mi profesión desde hacía años. Anteriormente logre trabajar en relación de dependencia en una fábrica de plásticos. Había sido sin dudas mi trabajo más estable y duradero. Durante once años estuve allí con una estabilidad laboral sólida. En esa época comenzó mi pasión por la lectura y el mundo de la literatura.

Pude construir mi casa gracias a aquel empleo, amueblar mi humilde hogar y comenzar a consolidar una familia, mi sostén, mi refugio en un mundo que solía castigar a los hombres de barrio como yo, procedentes de sectores postergados. Había llegado desde mi provincia de origen a los catorce años y desde entonces me la rebusque como pude. Ingresar en aquella fábrica había sido un sueño para mí. Después la crisis del 2001 me desplazó dejándome en la calle como a la mayoría. La albañilería fue un oficio que abracé con mucho orgullo y dignidad en aquella etapa difícil.

En mi nuevo barrio, circunstancial debido a la cuarentena obligatoria; conocí algunas personas que trabajaban en la obra conmigo. Antes de la Pandemia nos juntábamos a compartir alguna comida y algo para beber. Ahora tan solo mensajes o alguna llamada eventual pero sin poder reunirnos. Estaba solo en mi habitación día y noche hasta que nos avisaran que podíamos proseguir con la construcción. Pedro y Marcelo eran albañiles como yo, eran con quienes había entablado una amistad más fluida. Sin embargo hacia como dos semanas que no tenía noticias de ellos. Ni mensajes, ni llamadas, ni memes graciosos. Era muy extraño ese silencio. Tal vez tuvieran algún inconveniente que yo desconocía. Ignoraba la motivación de aquella mudez.

Aquella noche a eso de las veinte horas fui en búsqueda de una botella de vino a un quiosco del barrio que solía estar abierto hasta cerca de las veintidós horas donde sabía que me atenderían. Estaba a exactamente a tres cuadras de casa, no era muy lejano. Era simplemente una botella de vino tinto lo que necesitaba, talvez algo de pan si hubiera en aquel horario. Caminé una cuadra y media. La noche estaba invadida por un silencio terrible, nadie caminaba. Ausencias profundas. Irrecuperables. Cuando estaba por doblar en la esquina vi de repente un auto estacionado con cuatro hombres adentro como esperando algún suceso inesperado. Eran guardianes de la noche Cuando me vieron acercarme salieron del auto y se aproximaron hacia mí. No me preocupe, estaba en mi barrio. Se abalanzaron de forma muy agresiva.

– ¿Qué hacés en la calle negro? – dijo el más agresivo.

– Voy a comprar al kiosco –respondí con mucha seguridad.

– No sabes que no podes andar por la calle dando vueltas – acotó un segundo guardián.

– A este pelotudo vamos a llevarlo por tarado, estos irresponsables no les importa la gente buena.

– Ni el barbijo tiene puesto, es un inconsciente.

– Tengo derechos democráticos, no me pueden tratar así – esa fue mi sentencia.

Comenzaron a golpearme con toda su furia. Me colocaron una capucha y me esposaron después de empujarme y darme golpes de todo tipo en la cabeza y las extremidades superiores. Yo gritaba pidiendo ayuda e insultándolos pero se hacían cada vez más salvajes los golpes que me propinaban. Después uno de ellos sacó un elemento que no pude ver pero sentí muy desgarrador, me proporcionaba descargas eléctricas muy dolorosas que me retorcían y provocaban espasmos corporales, podía inhalar el aroma a piel incinerada y las incisiones me atravesaban causándome mucho dolor. Después me empujaron bruscamente adentro del auto y una vez que este comenzó a transitar siguieron golpeándome y torturándome sin descanso. Al cabo de un viaje breve llegamos. Estaba muy dolorido en todo el cuerpo. Me bajaron bruscamente sin dejar de insultarme. Tenía una capucha que me entorpecía la vista y el reconocimiento del sitio donde habíamos arribado. Evidentemente era un lugar abierto y bastante desolado porque no se escuchaban otros ruidos. Apenas en la lejanía algunos ladridos de perros y sirenas. Podía percibir el viento en la cara, muy dolorida por cierto de tantos golpes. Después de cruzar un portón mecánico que apenas ingresamos fue cerrado nuevamente. Cruzamos un largo campo, pude advertirlo justamente por ese fresco renovador que me acarició el rostro lastimado resultando un bálsamo para tanta atrocidad. Ingresamos a un lugar cerrado donde nuevamente comenzaron a golpearme durante un largo rato. Me ataron a una columna de cemento y allí iniciaron una sesión de descargas eléctricas. Posteriormente me quitaron la capucha y me dejaron allí tirado. Era un sótano muy oscuro. Pude saberlo debido que al llegar habíamos bajado una escalera y además sobre mi cabeza podía escuchar pasos en una sala superior a donde me encontraba. Además de oscuro era un reducto mínimo y reducido. Había apenas una mesa y una silla muy deterioradas, colmadas de tierra. Me bastaba para tirarme a descansar un rato después de tanto martirio. No me habían preguntado demasiados detalles, apenas si tenía algún vínculo político y mi opinión sobre el denominado Superpoder, si usaba barbijo usualmente y debido a que motivación no lo estaba utilizando en el momento de la detención. El sótano era un símbolo para mí. Sintetizaba la oscuridad de aquella etapa histórica en el mundo, mi sufrimiento y mi desapego forzoso de mi familia y todo aquello que tanto extrañaba, mis días en el campo cuando niño jugando con los animales sin juguetes ni escuela. El sótano simbolizaba la opresión que Vivían los sectores humildes debido a un sistema injusto que tan solo se movilizaba por el afán desmedido de generar riqueza en desmedro de la salud que estaba colapsada y destruida, aquella pandemia había corrido el velo de la destrucción estructural de un sistema. Aquel sitio sintetizaba la represión a todos aquellos que osaran transgredir una línea delgada entre la obediencia sumisa y el Ser, el vivir, el disfrutar. Finalmente quedé dormido y al otro día al despertar nuevamente sentí los golpes y las torturas.

El autor

* Juan Borges es un escritor de Grand Bourg. Tiene editados tres libros de poesía y uno de cuentos. Su último libro se llama “Crónicas Suburbanas” y consta de 16 relatos.

Reside en Grand Bourg y es docente desde el año 2010. Antes de ello fue obrero metalúrgico, vendedor ambulante y repositor.

Desde fines de la década del 90 la militancia social y política lo acompañó como una forma de vida para cambiar el mundo transitando diversas prácticas de militancia y experimentación artística.

En el año 2006 editó su primer libro de poesía “Nacimiento”. Ese mismo año comenzó a formar parte de la Feria del Libro Independiente nutriéndose de muchas experiencias y aprendizajes relacionados con la Autogestión.

Participa en innumerables ciclos de lectura relacionado a los escritores independientes en el conurbano bonaerense. En 2007 con un grupo de artistas de la zona de San Martin forma el grupo “Humo Suburbano” y edita con ellos varios Fanzines para difundir su obra, presentándose en diversos ciclos de la zona norte y Capital Federal. Ese mismo año edita su segundo libro de poesía ”Noche Roja” en forma autogestionada.

En el año 2009 edita su tercer libro de poesía “El emperrado corazón”, aquí alejado de los circuitos literarios y más cerca de las vivencias sociales que lo nutrirían en su posterior narrativa.

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Sobre el autor

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